miércoles, 6 de julio de 2011

¡No estás sola!

5 de diciembre del 2010

Asustada, me levanté de la cama. No recuerdo si me vestí o no. En esos momentos no era lo prioritario. Salí corriendo dejando la puerta detrás con un fuerte portazo. Me enfilé ante las largas escaleras de caracol. Mientras bajaba de dos en dos escalones, daba la impresión de estar metida en un embudo sin fin. Los escalones se enroscaban en mis pies de manera descompasada al ritmo de mi respiración entrecortada. Seguía preocupada. La idea de perder mi sombra me hacía sentir sola, triste, vacía, sin sombra. Quizás le daba demasiada importancia pero debía remediarlo.
Por fin, salí a la calle. El día se presentaba nublado, completamente encapotado. Pensé que eso era bueno, pues por lo menos me ahorraría tener que aguantar las presumidas y juguetonas sombras ajenas. De esta manera, deduje que la pérdida sería más llevadera.  Por el momento, no me atreví a mirar al suelo, antes debía consultarlo con una persona experta de plena confianza. Un día alguien  me dijo que  las cosas compartidas se encajan mejor y me dio su dirección.  Manzana tras manzana intentaba pasar desapercibida y a la vez ser veloz, muy veloz, pues no podía soportar pasar demasiado tiempo sin sombra.  Aún no era tarde para recuperarla.
Al girar la última esquina me enfrenté al pequeño callejón donde me ayudarían a entender los motivos de por qué se puede perder la perspectiva y un día, se dejan de ver cosas vitales. Piqué a la puerta, tuve que esperar fuera al menos cinco minutos hasta que se abrió. De nuevo bajo escaleras pero esta vez con serenidad. Ya sabía hacia donde y para que había venido. Recupero la tranquilidad. Paso a un salón cuadricular en el cual destaca un jardín al fondo que le da un ambiente natural, armónico. Tras una pausa,  de repente siento una voz que dice:
»        Sé el motivo por el que estás aquí  y entiendo como te sientes. No temas,  tener la necesidad de apoyarse en otra persona no es síntoma de debilidad. El aprender a pedir ayuda forma parte del crecimiento del ser humano...
Esa voz amistosa me daba confianza. Continuó diciendo:
»        Durante mucho tiempo te has negado emociones, necesidades. Has sido víctima del temor a descubrirte. Nadie te enseñó a confiar en los demás, y hoy vienes ¿por qué has perdido tu sombra?
Silencio. Y continúa:
»        … cada temor una piedra, cada dolor…
El posterior silencio delató que lo de la sombra no era más que una consecuencia de falta de visión. Las enormes murallas que había construido alrededor de mí persona me habían cegado, me habían aislado. No era noviembre ni tampoco 1989 pero para mí, como para los berlineses en esas fechas, fue el principio de la liberación.  Piedra a piedra se destruyen las murallas que nos excluyen de sentir que fuera hay otra vida. Otras vidas.
Este escrito lo dedico a todas las personas que diferentes a mí, en su compañía no me hacen sentir nada extraña. Hacia ellas tiendo mi mano y acepto su hombro amigo.


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